Bogotá, 8 de marzo de 2025. Recordar la pandemia es reabrir heridas, pero también honrar la resiliencia del ser humano, una época que desnudó la vulnerabilidad y apagó al mundo entero. Calles vacías, familias confinadas (unas con mejores condiciones que otras), máquinas y vehículos paralizados, miedo, soledad… así se sintieron los largos meses en que la humanidad fue puesta a prueba.
Desde enero de 2020, por televisión, los colombianos veían cómo un virus del que dio cuenta China, se expandía a otros países y continentes. Su alta tasa de contagio y mortalidad empezó a generar temor entre la población, pues se sabía que era inevitable que llegara a Colombia.
Sucedió un 6 de marzo de ese año bisiesto, un viernes que quedará inscrito en los libros de historia, pero también en el historial personal y familiar de los habitantes del país. Ese día, las autoridades de salud de Colombia anunciaron que se había detectado el primer caso local, en la Fundación Santa Fe en Bogotá. Se trataba de una mujer de 19 años procedente de Milán, Italia, uno de los países que más sufrieron los embates de la pandemia.
La orden presidencial fue clara: confinamiento. Un día cualquiera, mientras las personas cumplían su jornada normal, se enteraron de que no podrían salir más a la calle por un tiempo determinado, que terminó prolongándose.
“El COVID-19 es un virus de alta transmisibilidad y es prácticamente imposible de contener. La población colombiana debe saber que va a ser un tema de largo aliento. Podría extenderse de 2 a 3 meses o incluso más tiempo”, trinaba en su momento el ministro de Salud, Francisco Ruiz.
Muchos perdieron el empleo e hicieron peripecias para sobrevivir, otros se enfrentaron a la depresión y la ansiedad, familias se resquebrajaron en medio de una convivencia atípica. Aunque lo peor no fue eso: algunos vieron partir, desde la impotencia y el dolor, a sus seres queridos: una pérdida irrecuperable.
“Lo más duro fue el encierro, eso nos cambió la vida al cien por ciento a más de uno. Y las muertes de muchos amigos y familiares. Eso todavía uno no lo asimila”, relata con tristeza Mildred Ortiz.
Esa percepción la comparte Kelly García, a quien se le percibe en su voz el impacto que le causó el confinamiento. “Uno ya no tenia como salir a trabajar. Eso fue lo más difícil”, afirma.
Una vez detectado el primer caso en Colombia, el virus se regó como espuma, la infraestructura hospitalaria empezó a prepararse para atender a los miles de pacientes. Entre tanto, Italia y España contaban por montones sus muertes y contagios, ante el pánico de los colombianos que veían por televisión y redes sociales el colapso de dos naciones, de dos sociedades, de gente que en medio de la desesperación buscaba sobrevivir. Algunos se refugiaron en la fe, otros acogieron nuevas rutinas. El mundo terminó de rodillas, implorando, desde cualquiera de sus creencias, una nueva oportunidad.
A muchos, como Íngrid Sierra, el COVID-19, inevitablemente, les cambió los planes y quizás la vida entera. “En ese tiempo yo estaba en Bucaramanga, recién había terminado la universidad, me había ido a jugar fútbol, tenía planes de trabajo, pero todo se canceló. Ni siquiera pude graduarme como era, nos quedamos con todo lo que habíamos preparado para la celebración. No sabíamos la magnitud de lo que se venía. Uno cree que nunca le va a pasar”, relata conmovida.
Así mismo, cuenta que le tocó ingeniársela para emprender, pero que fue un proceso complicado, con bastantes pérdidas. Aunque lo que más le duele a ella y a muchos colombianos fue la pérdida de vidas humanas, porque lo demás, se logra reconstruir, como lo señala Íngrid.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 15 millones murieron en el mundo por el COVID-19, entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021. En Colombia, fueron cerca de 140.000 las personas que fallecieron por esta causa.
Se vivieron tres picos letales en el país y otros con menor alcance. El 28 de mayo de 2021 se rompió la barrera de las 500 defunciones diarias, de acuerdo con el DANE. La cifra, se sostuvo hasta el 8 de julio, para entrar en un descenso progresivo que mantuvo la tendencia gracias a la llegada de las vacunas que se aplicaron por primera vez en el país el 17 de febrero de 2021.
La reconstrucción de vidas
A pesar de los miedos y la incertidumbre, muchos colombianos acudieron a los puntos de vacunación, buscando recuperar la esperanza. Y aunque mucho se han satanizado las vacunas y sus efectos, después de superada la pandemia, es innegable que fueron un alivio ante una mortandad creciente y una ansiedad generalizada que parecía no ceder.
Y aunque hoy quedan sólo las cifras, la realidad es que detrás de cada número hay una historia dolorosa de pérdida y sufrimiento, pero también de coraje. Hoy, las calles vuelven a estar llenas, el aislamiento social es cosa del pasado, muchos ya no recuerdan la pandemia en su día a día, pero quizás en cualquier momento de la vida, por un olor, una imagen, un sabor… afloran las memorias de ese momento tenebroso que muchos nunca imaginaron vivir.
Fueron casi dos años perdidos en materia de proyectos, sueños, viajes… pero a pesar de ello, también hubo ganancias, como la apertura a la tecnología, la implementación del trabajo en casa, que aún aplican algunas empresas y que alivia el tráfico y la vida de las personas. Y ante todo, la conciencia de la finitud de la existencia, la reivindicación de los abrazos, de los reencuentros, de la mesa llena y abrigada por el amor de los que aún quedan para dar cuenta de esta historia.
Permanecen en la memoria las imágenes de los boletines diarios del COVID-19 con número de contagiados y muertes, que emitía el Ministerio de Salud. También las emisiones del programa del Gobierno Duque en el que a diario se hacían reportes del comportamiento del virus en el país, los ropajes especiales con que algunos salían a mercar, el olor del alcohol que en algunas casas se quedó para siempre, el jengibre, los remedios caseros y las molestas pruebas nasales a las que casi todos se sometieron más de una vez. Pero ante todo, quedan en la memoria los nombres de aquellos que partieron a solas en una sala fría de un hospital y que jamás se borraran del corazón.
