Antes de dar cristiana sepultura al cuerpo del papa Francisco, en la Basílica de Santa María la Mayor, se vivió un emotivo momento: el reencuentro del pontífice con la Virgen, en su templo, el lugar favorito del Santo Padre.
Los sediarios pontificios, que llevaban el féretro del papa, se detuvieron ante la Capilla Paulina, frente a la Salus Populi Romani, el ícono mariano más importante de Roma, en el que se ve a la Virgen cargando en brazos al Niño Jesús, y que habría sido elaborado por el evangelista San Lucas.
Esta escena, cargada de un enorme valor espiritual, sella un lazo indeleble entre Francisco y María, a quien encomendó su vida y su labor sacerdotal y episcopal, como lo escribió en el testamento, en el que dio la instrucción de ser sepultado en la Basílica mariana.
Se dice incluso que el Papa no quiso que su tumba estuviera al pie del altar, para no distraer la atención de quienes llegan a orar a la Virgen. Por eso, está localizada en otro de los costados de la Basílica.
Con esta reverencia a María, el papa Francisco le cumple su consagración a la madre de Jesús, así como la promesa de que sus restos reposaran en su casa, bajo su amparo, hasta el día de la resurrección.