El reconocido neurocientífico español Álex Gómez Marín, doctor en física teórica, compartió recientemente una experiencia que, según él, cambió su manera de entender la conciencia y la existencia. Tras sufrir una grave hemorragia interna, su corazón se detuvo durante siete segundos, tiempo en el que, de acuerdo con su testimonio, estuvo clínicamente muerto.
Durante ese breve lapso, dijo haber visto “un pozo con una luz dorada” y sentir una serenidad absoluta. “No fue un sueño ni una alucinación; fue algo más real que la propia realidad”, aseguró el investigador, cuya historia ha despertado curiosidad tanto en la comunidad científica como entre el público general.
“Estuve siete segundos en el otro lado”
El episodio ocurrió hace algunos años, mientras Gómez Marín permanecía hospitalizado en estado crítico. En una entrevista con el programa español La Rosa de los Vientos, relató que durante su experiencia percibió tres figuras que identificó como guías espirituales, quienes le ofrecían ayuda para “salir del pozo de luz”.
Sin embargo, decidió regresar al pensar en sus hijas pequeñas. “No sentí miedo ni angustia, solo una paz profunda y una comprensión total del entorno”, explicó.
Una vivencia que desafía la ciencia
El neurocientífico, quien se ha destacado por su enfoque racional y su trabajo en neurociencia teórica, reconoció que lo vivido lo llevó a replantear sus convicciones científicas. En su libro La ciencia del último umbral, profundizó en la experiencia y cuestionó la idea materialista de que la mente es únicamente un producto del cerebro.
“Durante mucho tiempo nos dijeron que solo existe la materia, pero el amor, el dolor o la conciencia también son reales, aunque no se puedan medir”, sostuvo.
Aunque no se considera religioso, admitió haber desarrollado desde entonces una dimensión espiritual, entendiendo lo “sagrado” como aquello que conecta a los seres humanos con algo más grande que ellos mismos.
Una nueva forma de entender la vida y la muerte
En una charla junto al médico Manuel Sans Segarra, Gómez Marín reflexionó sobre cómo las experiencias cercanas a la muerte pueden transformar la percepción de la realidad. Confesó que, tras aquel episodio, aprendió a valorar más la cotidianidad y los lazos humanos, y a vivir sin tanto miedo al final.
“El miedo a la muerte es universal, pero los que hemos estado allí y hemos vuelto sabemos que es una experiencia hermosa”, dijo con serenidad. Su conclusión, simple pero poderosa, resume la transformación que vivió: “Hay vida antes de la muerte, y hay que aprender a vivirla plenamente”.













