Sin un peso en el bolsillo, y tras meses de encierro frente a una máquina de escribir, Gabo envió por partes, a través de correo, la que ser convertiría en una de las obras más reconocidas del siglo XX. No tenía dinero ni para hacer llegar el manuscrito a la editorial, por lo que él y su esposa optaron por dividir el documento para darles por lo menos un abrebocas a los editores.
Había que leer tan sólo unas líneas para saber que la genialidad estaba inmersa en cada una de esas páginas, que se convertirían en referentes indiscutibles del realismo mágico.
Gabo no dimensionaba aún cómo “Cien años de soledad” cambiaría sus vidas. Los largos meses en que sobrevivieron a trompicones para que el colombiano pudiera escribir su obra cumbre, habían quedado en el olvido, así como los tiempos de escasez y dificultades que bien supo sortear Mercedes Barcha, su esposa y escudera fiel, quien hizo un aporte fundamental para que este libro viera la luz.
El 30 de abril de 1967 fue publicada la primera edición de “Cien años de soledad” en Buenos Aires, Argentina. Desde ese momento, Macondo, el mítico lugar donde se desarrolla la historia, cobró vida para el mundo entero.
Esas líneas cargadas de magia y encanto fueron escritas por Gabriel García Márquez entre 1965 y 1966 en México, durante 18 meses.
Los lectores se enamoraron, casi a primer renglón, de esta historia que tiene mucho de la infancia, de la cuna y de los ancestros del escritor caribeño.
Muy pronto, empezaron a llegar los premios, y su éxito se sellaría con la obtención del Nobel de Literatura el 8 de diciembre de 1982, una fecha inolvidable para Colombia, una fecha inolvidable para el mundo.
Cien años de soledad ha sido traducida a 37 idiomas y se han vendido más de 25 millones de copias en el mundo. Es más, en el 2002, la obra entró en la lista de los 100 mejores libros de todos los tiempos, según el Club de libros de Noruega.
Aunque Gabo ya partió, nos quedan sus letras, y ese pasaje inolvidable de aquel Macondo efímero, pero eterno. “Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad. Y terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenia caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera”, sentencia el escritor, majestuosamente, en una de las páginas finales de su obra.
Sin embargo, por más que uno quiera, jamás logra irse de Macondo, porque Macondo, más que un lugar, es un estado del alma, es un aposento donde se desnudan las nostalgias, donde el pasado y el presente confluyen, donde lo inimaginable sucede, donde se teje la vida y dónde también termina… donde se forja un vínculo inquebrantable con el origen, donde se hilvanan lazos que unen a la tierra y que se amarran para siempre al corazón.