El reencuentro de Lyan José Hortúa con su familia fue una escena que conmovió al país entero. Las imágenes del abrazo grupal, tras 18 días de secuestro, circularon rápidamente por redes sociales. Sin embargo, detrás de ese emotivo momento, se esconde una historia dolorosa que apenas comienza a conocerse.
Según la delegada de la Alcaldía de Cali que acompañó al menor durante su traslado al hospital, Lyan compartió detalles que estremecen. Apenas pisó el centro médico, con su madre a su lado contó que, al momento de su liberación, fue arrojado al suelo y amenazado. “Me dijeron que, si no venían por mí, me iban a explotar”, relató. Al preguntar qué significaba eso, sus captores simplemente respondieron que se lo volverían a llevar.
Amenazas, aislamiento y maltrato psicológico
Durante el secuestro, Lyan fue sometido a constantes amenazas. Una de las más crueles fue cuando, al momento de su liberación, le dijeron que matarían a su niñera. El niño, entre lágrimas, pidió que no lo hicieran y en respuesta, sus captores lo empujaron fuera de una camioneta. “Es inhumano, condenable”, expresó la funcionaria que lo acompañó en ese duro momento.
Su testimonio también revela que estuvo vigilado día y noche. Por las noches, soltaban perros agresivos para mantenerlo atemorizado y aunque escuchaba la voz de al menos cuatro personas cerca, las autoridades creen que hubo más implicados en su retención.
Rayones en la pared y uñas destrozadas: el paso del tiempo en cautiverio
Lyan pasó la mayor parte del tiempo encerrado. Apenas si tuvo dos oportunidades para ver televisión o distraerse. En ese encierro, dibujaba líneas en la pared para contar los días y hacer dibujos, una forma de resistir el paso del tiempo. “Tenía las uñas destrozadas”, narró la delegada, dejando entrever el nivel de ansiedad que soportó.
El niño describió que el lugar donde estuvo era montañoso. Solo en algunas ocasiones podía asomarse por rendijas o pequeñas ventanas para ver el paisaje exterior. Además, afirmó que los momentos más angustiantes del cautiverio ocurría cada vez que debía comunicarse con su madre. Antes de cada llamada, era aislado en cuartos cerrados, completamente sellados, para evitar cualquier indicio de su ubicación. Ese aislamiento forzado aumentaba su miedo y desesperación.
¿Qué se sabe de la investigación sobre sus captores?
Las investigaciones realizadas indican que detrás de su retención hay una compleja red de herencias del narcotráfico, traiciones, deudas impagas y la sombra de los capos más temidos del suroccidente colombiano.
La información revelada por la revista Semana afirma que el padre del niño era José Leonardo Hortúa, alias Mascota, uno de los hombres de confianza de Diego Rastrojo, quien era el exjefe del grupo paramilitar Los Rastrojos. Alias Mascota fue asesinado en 2013 y en ese momento, su expareja Angie Bonilla y madre de Lyan, habría quedado a cargo de dinero y propiedades de Mascota y del propio Diego Rastrojo.
Con la muerte de Mascota y la extradición de Diego Rastrojo, ese patrimonio habría desaparecido. Años después, con el regreso al Valle del Cauca de antiguos alfiles del narco, comenzaron a pedir cuentas: “La plata y los bienes no estaban”, reveló una fuente oficial.
En medio de esa disputa, Los Rastrojos habrían contratado a la disidencia Jaime Martínez de las Farc para ejecutar un secuestro como medida de presión. El objetivo inicial sería el padrastro o la madre de Lyan, pero los captores terminaron llevándose al niño.
El caso generó tal tensión en el mundo criminal que narcos de alto perfil como alias Pipe Tuluá, Alacrán y Guacamayo, presos y con gran influencia en la región, intercedieron para que se respetara la vida del menor. “No nos podemos meter, pero cuídenle la vida al niño”, fue el mensaje que recibió la familia.
A través de contactos desde prisión, se permitió a la familia enviar medicamentos esenciales y sostener videollamadas con el niño. Su padrastro confirmó que, durante los primeros días, Lyan permaneció amarrado.
Para las autoridades, la situación era tan delicada que evitaron cualquier operativo de rescate. “Si al niño le pasaba algo, se nos caía Cali”, confesó un funcionario. Mascota, aunque muerto, seguía siendo respetado por los capos del Valle, y un daño al menor habría desatado un enfrentamiento de grandes proporciones.