Con una oración presidida por el cardenal Pietro Parolin, en la que invocó la gracia del Espíritu Santo “para elegir un digno pastor del rebaño de Cristo”, se dio inicio a uno de los momentos más simbólicos y significativos para el catolicismo: el cónclave.
En una procesión, que partió de la Capilla Paulina, encabezada por una imagen de la Santa Cruz y acompañada por cánticos de letanías, que daban aún mayor misticismo a este momento, los cardenales se dirigieron hacia la Capilla Sixtina, donde se llevará a cabo la elección del nuevo pontífice.
Este momento sublime, espiritual y simbólico, reivindica los ritos y las tradiciones de la Iglesia católica, que atraen no sólo la atención de la feligresía, sino del mundo entero, que no puede ser ajeno a un proceso lleno de numerosos detalles espirituales y terrenales.
Invocando la dirección de todos los santos del cielo, los 133 cardenales, vestidos de rojo, que se alineaban cuidadosamente, ingresaron a la Capilla Sixtina, donde hicieron una venia a la Santa Cruz y se ubicaron de cara al fresco de Miguel Ángel sobre el juicio final, que será testigo de sus votos.
Ya de puertas para adentro, el cardenal Parolin hizo nuevamente una oración y leyó la solemne juramentación de obediencia, cumplimiento de la Constitución Apostólica y confidencialidad.
En un proceso que funciona con la minuciosidad y precisión de las manecillas del reloj, cada uno de los cardenales pasó hasta el altar para posar su mano sobre el libro de los Evangelios y hacer un juramento individual.
Al terminar la juramentación, el maestro de celebraciones pontificias pronunció el “Extra omnes”, que significa “todos fuera”.
Una vez se retiraron quienes no estaban facultados para participar en el cónclave, el maestro de celebraciones cerró las puertas de la Capilla Sixtina: Una imagen para la historia. De allí, en las próximas horas o días, saldrá el nuevo papa de la Iglesia católica.