Término la era de Francisco, pero quedan miles de enseñanzas, mensajes, obras y ejemplos de lo que es ser un verdadero cristiano. Si algo caracterizó al primer Papa latinoamericano fue su humildad, que se ha hecho presente hasta en su tumba.
Los miles de fieles que acudieron a despedirlo en la Basílica de San Pedro, advirtieron un detalle, que no es menor: el Papa Francisco, que lucía sonriente y plácido en el féretro, llevaba puestos sus zapatos “de mil batallas”, en lugar de mocasines lujosos, como lo hicieron muchos de sus antecesores.
Como el caminante que fue, Francisco se marchó con los zapatones negros, que se negó a quitarse cuando inició su pontificado, esos mismos zapatos con los que recorrió el mundo para llevar un mensaje de amor y de reconciliación.
Queda la imagen, llena de contenido, de unos zapatos visiblemente desgastados, con las puntas deterioradas, que simbolizan una vida que no pasó en vano. Con ellos, Francisco visitó muchos de los 66 países en los que estuvo durante sus doce años de pontificado.
Con ellos, caminó un largo tramo en la reconciliación de la Iglesia católica con otros credos; selló el abrazo a los excluidos, que vieron en él un ejemplo de verdadera cristiandad y perdón; y llevó un mensaje de amor a los más vulnerables y olvidados. Con esos zapatos, testimonio vivo de su obra, Francisco se fue al reencuentro en la Casa del Padre.