No podía ser de otra manera, no con el papa Francisco, el santo padre que amó verdaderamente a los pobres. A su funeral acudieron los poderosos del mundo, claro, pues casi que era imposible atajarlos, pero quienes estuvieron allí de corazón fueron en especial los más necesitados, los llamados descartados de la sociedad, aquerllos a quienes el pontífice argentino defendió y abrazó.
Luego de la misa en la Plaza de San Pedro, donde se dieron cita desde el presidente Donald Trump hasta príncipes y jefes de Estado de unos 50 países, el féretro de su santidad hizo un último recorrido al lado de la gente, del pueblo, de católicos y no creyentes que reconocen en este cura de zapatos desgastados y alma limpia a un sincero discípulo de Jesús.
Como una demostración de lo frágil y poética que es la vida, el ataúd de Francisco fue subido en el papamóvil que hace ocho días, el Domingo de Resurrección, el pontífice de 88 años usó para dar ese último paseo entre los feligreses y, sin saberlo o ya presintiéndolo, despedirse en vida de ellos.
Adiós al papa de los pobres
Tras salir de San Pedro, el cortejo recorrió unos seis kilómetros. Las calles del Vaticano y de Roma se llenaron de ciudadanos que, al paso del vehículo, aplaudían y gritaban: “Te amamos, Francisco”, “Fuiste grande”, “Te vamos a extrañar”, “Reza por nosotros”.
Fue un momento emotivo, histórico, nostálgico. En un día soleado, en plena primavera, con el repicar de las campanas de fondo, el vicario de Cristo iba rumbo a su morada final, una tumba sencilla en su queridísima Basílica Santa María la Mayor. Ese era su deseo: dormir a la espera de la resurrección en el templo dedicado a la madre de Jesucristo.
Pero faltaba algo, faltaba todo, faltaban ellos: los marginados, los olvidados, los humillados, los violentados, los silenciados. En el atrio de la iglesia, con rosas en la mano y el corazón en la boca, habitantes de calle y migrantes, así como presos y transexuales, le dijeron “gracias” y “hasta siempre” a aquel sacerdote humilde y fraterno que les devolvió la dignidad de seres humanos, el eternamente papa de los pobres. Eran sus consentidos y desde ahora, con seguridad, será su protector desde el cielo.