Ha muerto el papa Francisco. La tierra llora, el cielo celebra. Así describen muchos la partida de este grande de la Iglesia católica, un líder espiritual que marcó historia con su sencillez, humanidad, calidez, carisma y sensibilidad. Hay dolor, especialmente, en su natal América Latina.
El 13 de marzo de 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, jesuita y arzobispo de Buenos Aires, fue elegido como el primer papa latinoamericano tras la renuncia de Benedicto XVI. “Fueron a buscarme al fin del mundo”, dijo, bromeando, al presentarse ante el pueblo desde el balcón del Palacio Pontificio.
Rechazó ponerse una cruz de oro y usar zapatillas rojas de príncipe. En cambio, se colgó un crucifico de plata básico y siguió usando sus viejos zapatos. Además, decidió vivir en la Casa Santa Marta, como un cura más, en vez de mudarse al imponente palacio donde habitan tradicionalmente los papas, alejados del mundo. Esos primeros gestos eran el preámbulo de un pontificado marcado por la humildad y la cercanía.
Francisco no se creyó un dios, como quizá otros sí. Siempre reconoció su fragilidad y condición de pecador. Preocupado por los que sufren, desde el principio pidió a los sacerdotes salir de los templos, ir a las periferias y abrazar a los descartados. Para él, las verdaderas iglesias eran los pobres, los enfermos, los marginados.
Papa Francisco intentó hacer reformas a la Iglesia católica
Quiso ponerle frente a los crecientes escándalos de abusos sexuales a menores por parte de presbíteros, trató de purgar el Banco Vaticano de la corrupción, intentó limpiar la curia romana de manchas y buscó darle un papel más preponderante a la mujer en la cúpula de la Iglesia católica.
Defendió la acogida a personas homosexuales y a los divorciados, recordando una frase que quedará para la posteridad: “¿quién soy yo para juzgarlos?”. El papa Francisco promulgaba la idea de un Dios de amor, no castigador, que perdona y recibe a todos y todas.
Por supuesto, su pontificado no estuvo ajeno a las polémicas y críticas. Para algunos sectores conservadores de la Iglesia, representaba un “peligro” por sus “ideas progresistas”, mientras que para quienes pedían “mayor apertura”, fue bastante “tibio” en temas como la posible ordenación de mujeres en el sacerdocio, el matrimonio para personas del mismo sexo y la opción de que los curas tuviesen pareja y formaran familia.
Sin embargo, más allá de cualquier duda, Bergoglio fue un hombre bueno. Dio ejemplo de caridad y humanizó un cargo que siempre ha estado en las nubes, por decirlo así: el del papa. Se puso en los zapatos del otro y caminó junto a él. Siguió siendo aquel párroco argentino, de homilías cercanas y consejos sabios.
A Colombia la llevaba en el corazón. Visitó nuestro país en 2017, en plenos diálogos de paz con la guerrilla de las FARC, e invitó insistentemente a esta nación a reconciliarse. “Demos el primer paso”, afirmó, al reunirse con víctimas y victimarios. Le dolía lo que acá pasaba y oraba por el fin de la violencia.
“Oren por mí”, pidió día a día. Seguro el mundo lo está haciendo a esta hora, para que Francisco descanse en la casa del padre. Amén.