Desde el primer día de su pontificado, Francisco dejó al mundo varias frases inolvidables, que muchos fieles repiten casi de memoria. Quizás la más sonora fue aquella que intentó practicar durante cada día de su papado: “saluda a todos cuando subas, te los vas a encontrar cuando vayas bajando”. Con esta premisa que marcó el inicio de su papado, reflejó la humildad y austeridad que caracterizaron su caminar en la fe.
También, bromista como era, afirmó que habían ido a buscarlo “hasta el fin del mundo”, haciendo alusión a su país, Argentina, que se ha ganado ese apelativo por su ubicación, que llega hasta la punta sur del continente americano con la ciudad de Ushuaia.
Así mismo, invitó a los jóvenes a “armar lío”, a vivir la fe con intensidad, durante el Encuentro Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, en 2013, donde dio un memorable discurso. Allí insistió en que la iglesia debía “salir a las calles” y no convertirse en una ONG.
Siempre llamó a mirar al otro con bondad y sin altivez. “El único momento en que es lícito mirar a una persona de arriba a abajo es para ayudarla a levantarse”, afirmaba.
Durante la pandemia, reconfortó a la humanidad con sus reflexiones, que quedan en la memoria del corazón. “Nos dimos cuenta de que estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
Y exhortó al mundo a desprenderse de las vanidades. “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.
Una iglesia de puertas abiertas
Algunas de sus frases marcaron la apertura de la iglesia a muchos sectores históricamente excluidos y hasta ultrajados. “Si una persona es gay, busca al señor y tiene buena voluntad, quién soy yo para juzgarlo”, expresó marcando un hito al levantar el veto a los homosexuales y al enfatizar en que no estaban cometiendo delito alguno.
Y fue enfático en afirmar que “La Iglesia debe acoger a todos, a todos, no olviden esta palabra”.
En este contexto, llamó a los divorciados a participar en la Eucaristía invitando al perdón y a la unión. “Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos: su presencia en la Iglesia testimonia su deseo de perseverar en la fe, a pesar de las heridas de experiencias dolorosas”.
Y al celebrar la Pascua, unos años atrás, conminó a los fieles a no rendirse: “Siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos”.
Ya en su senectud, pidió ser compasivos con los mayores. “El abandono de los ancianos es, en efecto, una triste realidad a la que no debemos acostumbrarnos. Para muchos de ellos, especialmente en estos días de verano, la soledad corre el riesgo de convertirse en una carga difícil de soportar”, dijo en julio de 2024.
El papa también invitó a la humanidad a ser valiente: “No sean administradores de miedos, sino emprendedores de sueños”. Precisamente, él dio testimonio de ese coraje hasta la última hora de su vida, sin dejarse doblegar por la enfermedad ni por el peso de las apariencias.
Estas y muchas otras frases marcaron sus doce años de pontificado, todo un dechado de sabiduría para la vida, que permanecerá en la memoria de los fieles e incluso de los no creyentes.